La democracia y el Casal Social Okupado de Benimaclet

El desalojo, el pasado lunes 14 de diciembre, del Casal Social Okupado y Anarquista L’Horta, de Benimaclet, por parte de la Policía Nacional, es un despropósito que demuestra que, por desgracia, todavía carecemos de gobiernos que comprendan que su función es la de proteger —y no cuestionar— los procesos de vida democrática que la ciudadanía ha iniciado por sí misma. Estimados partidos políticos: la democracia no consiste solamente en daros o quitaros el voto cada cuatro años. La democracia es el derecho —si no el deber— de la gente común a participar en la transformación de sus propios entornos. Así es como se ejerce la ciudadanía. Por eso, cuando en medio de la expropiación generalizada que el neoliberalismo ha perpetrado sobre los recursos que la gente necesita para poder tomar decisiones sobre sus vidas (para decidir, libremente, qué proyectos emprender, cuáles abandonar, a qué dedicar su tiempo y sus energías), cuando en medio de este desierto —insisto— emerge el milagro de un colectivo como el CSOA, que ha demostrado la capacidad de apropiarse de un pedazo de tierra de manera inclusiva y democrática, entonces la misión de los gobiernos no es la de poner a este colectivo continuamente en cuestión; no es la de hacerle cada vez más difícil la vida, forzándole a poner centinelas por si una mañana viene la policía. No. Cuando la ciudadanía se organiza de manera democrática, como lo ha hecho en este caso, la responsabilidad de un gobierno es proteger y sostener sus iniciativas. No existe mayor responsabilidad política. Incentivar la democracia y protegerla allí donde existe es un fin esencial, uno que tiene prioridad sobre los intereses (legítimos) de aquella empresa que quiera ganar dinero construyendo fincas. La política se debe al bien común, y no hay mayor bien común que la democracia.  

Por eso me dio tanta risa —y tanta pena— leer cómo la promotora Metrovacesa aludía al informe ambiental y paisajístico elaborado en julio por la consultora Evren, para argumentar que el PAI previsto sobre estos terrenos de Benimaclet no dañaba la huerta. Estimado Comité de Dirección y accionistas de Metrovacesa: el verdadero problema no es si ese PAI daña o no daña la huerta; el problema es que daña la vida democrática de la ciudad de València. Como sucede con la supervivencia de los terrenos agrarios que se extienden al otro lado de Ronda Norte, la conservación del microcosmos que se ha generado en torno a los huertos urbanos de Benimaclet es una cuestión democrática. Estos huertos son un proyecto ciudadano que, como no podía ser de otra manera, implican modos particulares de relacionarse con un entorno natural plagado de especies de flora y de fauna. Pero, independientemente de estas especies, la riqueza fundamental de este contexto se encuentra en lo que allí está construyendo la especie humana, es decir, en que allí hay gente relacionándose, creando e imaginando iniciativas que tienen valor para ellos y que deberían tenerlo, también, para el resto de la ciudadanía. No sé si, como dijo aquel informe, ese espacio carece de valor ambiental. De lo que no tengo ninguna duda es que tiene valor humano. Y no hace falta participar directamente en la gestión de estos huertos para apreciarlo, ni tampoco para desear y luchar por su supervivencia. Cualquiera que se asome a ese entorno, como yo lo hago en bicicleta cuando voy y vuelvo del trabajo, verá que se trata de un proyecto inclusivo y abierto que está dando lugar a formas de asociación igualitarias, libres, educativas, sostenibles y creativas. No se le puede pedir nada más. 

Así que, como mucho de lo que está sucediendo en este comienzo de siglo XXI, lo que está en juego con el PAI de Benimaclet es si la especie humana quiere, y puede, seguir organizándose de manera democrática, y si la política va a ser una garantía de ello o va a mirar para otro lado. Por suerte, ninguna consultora podrá decidir sobre esta cuestión, por muchos informes que haga, ni por muchos geólogos, técnicos superiores, biólogos, ingenieros de caminos y arqueólogos que emplee para redactarlos, como fue el caso del informe publicado en julio. La supervivencia de la democracia no es una cuestión técnica. El dictamen sobre si los huertos urbanos de Benimaclet tienen o no tienen valor sólo lo puede hacer la ciudadanía, la misma ciudadanía que ya apostó en el 78 por darse a sí misma formas de vida democráticas. De hecho, no hay concreción más directa de aquella aspiración original que el proceso impulsado por el Casal Social Okupado L’Horta sobre el entorno de Benimaclet: gente trabajando y pensando mientras transforma y abre el espacio a mil iniciativas colectivas. En vez de ser cuestionado, este esfuerzo debería ser protegido y respaldado; el gobierno municipal debería ponerse a disposición de esta institución y de otras asociaciones vecinales para que puedan seguir ampliando el impacto positivo de sus acciones. Jamás podrá un gobierno hacerlo mejor que ellas. Frente al círculo vicioso del neoliberalismo, el Casal Social Okupado y Autogestionado L’Horta ha sido capaz de iniciar y sostener una espiral democrática que no ha hecho más que crear virtud, ciudadanía y belleza en las peores circunstancias.

(Publicado en el diario Levante-El mercantil valenciano el día 21 de diciembre de 2020: https://www.levante-emv.com/valencia/2020/12/21/democracia-casal-social-okupado-benimaclet-26570006.html)

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